Los aplausos demostraban que la gente estaba expectante, los músicos tomaban posición y dejaban correr algunas notas sueltas que impacientaban un poco al público. Sobre todo él que siempre ha sido algo nervioso y la paciencia nunca fue su estrella.
La chica del cabello largo abrazaba a su novio de pie en la pared del bar, no había mesas para todos pero no importaba, las personas querían oír al cuarteto, después de todo era todos unos chicos talentosos por si solos, lo que hacía muy prometedora la unión de dichos talentos. Él estaba sólo en la mesa, pues el jazz no apasionaba a muchos de sus amigos y quería perderse en la música, cosa que al no tener con quien hablar se hacía increíblemente fácil.
El saxofonista saludó al público y presentó rápidamente los términos del evento, y con ello comenzó a salir tímidamente el fresco riachuelo de la improvisación. La gente guardaba silencio y la chica del cabello largo empezaba a marcar el paso y apretaba la mano de su novio que pasaba sobre su hombro.
Él se sumergió en la música con los ojos cerrados, no quería mirar a los músicos cuyas manos envidiaba solo por no haber podido nunca aprender a tocar. Aun así la música le había apasionado desde siempre. Particular atención le daba el talento de los dedos que acariciaban el contrabajo, su instrumento favorito.
Abrió lentamente los ojos y se perdió en el público, miró de soslayo a la gente y sus caras extasiadas por la cabalgata del piano que sonaba como una brisa fragante y exquisita, mientras la chica del cabello largo miraba también de reojo a los asistentes. Ambos como faros guiando por las notas del saxo se encontraron, sus miradas desembocaron azarosamente la una sobre la otra y se incrustaron, como un caprichoso rompecabezas que con el sonido de la batería se calzara a si mismo por el solo hecho de arrojar las piezas sobre la mesa.
Y se observaron, los ojos se movían como pequeñas serpientes deslizándose sobre el cuerpo, bajaban y rodeaban el cuello al ritmo de Coltrane, seguían por el pecho y volvían a subir, la cola de la serpiente de él acaricio sutilmente los labios de ella a lo que la chica del cabello largo respondió con un breve beso etéreo, que viajó por el puente del contrabajo hasta sus labios y se depositó como una pluma sobre la boca la otra boca, que absorbía aquel beso extasiado y perdido en los ojos de la chica que aun al otro lado de la habitación marcaba el paso, él empezó a adorar su cuello y lo recorría a cada segundo acariciando con sus ojos cada espacio de su rostro, ella empezó a amarlo, su rostro algo infantil le producía una atracción musical, era como el ritmo y la armonía que se acicalaban mutuamente en un torbellino infinito que ascendía hasta la cúspide del solo de piano. El cuarteto ahora estaba seducido en su propia música y se dejaban llevar por el momento, la improvisación se hacía maravillosa, eran notas que caían y cual fénix furioso volvían, morían y volvían y se engastaban en los ojos de la chica del cabello largo que se enamoraba de él y quien la deseaba, recorría su cuerpo una y otra vez con los haces multicolores que soplaban en la iluminación.
De un momento a otro, la sombra a contraluz del saxofón y las velas de las mesas hacían una atmósfera sutil y aletargada, sensual y explosiva y ellos se devoraban a cuatro metros el uno del otro. Y la muchacha lo adoraba, no le importaba el brazo que rodeaba sus hombros, solo marcaba el paso y se mordía los labios mientras a él, a quien el abrazo del novio le importaba menos, deslizaba ahora su mirada sobre el pálido escote de la chica de los cabellos largos.
Las baquetas ahora marcaban un ritmo frenético, que indujo las ganas de cerrar los ojos de ambos quienes se tocaron mutuamente y abrazaron en el flujo del ritmo que abrasaba el pecho de ambos y los ligaba entre ascuas como una gran cinta y ellos abrían los ojos y se miraban, se besaban y se perdían entre las notas, los acordes del piano les vaciaba los pulmones y respiraban agitados, sus corazones latían veloces y el novio miro a su chica de los cabellos largos buscando un gesto, una seña de que ella estuviera pasándola bien. Ella no le miró un segundo siquiera, pues estaba amándose desde lejos con él y hacían el amor entre sus parpados y sus pestañas que acariciaban el sutil manantial de colorido sonido y explotaban de amor mientras el saxofonista cerraba sus ojos y doblaba su espalda como impulsado por el placer de abrazar la música y ellos sentían el placer de amarse en sus mentes babeantes de deleite y narcotizadas.
Arrastrados por la cascada del piano y la ventisca del saxo, ella le sonrió y él algo parecido esbozó en sus labios, mientras agudizaba su mirada extasiado por el pequeño lunar que tenía junto al pómulo derecho, le acarició la mejilla con una sonrisa completa y ella le miró, recorrió sus hombros y rodeo su cuello, le besó mientras marcaba el paso aun y el daba un pequeño sorbo al coñac que olía increíble, olía a Parker, olía a la madera del contrabajo, a los ojos de la chica de los largos cabellos y se enredaba aun más en la cinta invisible que los unía y le hacia el amor desde su mesa y la veía mojar sus labios y sonreír y cerrar los ojos un momento como alcanzando la ribera del nirvana musical o del orgasmo, explorando las fronteras de la melodía que de pronto se calmaba y se extinguía, el fénix no volvió, la música se había apagado y él en su mesa sujetó su vaso y siguió explorando el bar con la mirada desinteresada mientras ella apretó nuevamente la mano de su novio y sonriendo sutilmente, le besó los labios.